Cada espacio de una ciudad habla de los procesos que vive ese espacio y su gente. Y, como tal, hasta la última pieza de mobiliario urbano puede cobrar un valor diferente si se le presta suficiente atención.
Estos semáforos que le encontraron una vuelta creativa a las luces rojas y verdes son un buen ejemplo de eso.
Un cavernícola controla el tránsito
Como se supone que el hombre de Neanderthal vivió en esta zona de Tailandia, se lo recuerda (?) con esta pieza.
Ciudadano ilustre
En un homenaje un poco más moderno, la ciudad donde nació Hans Cristian Andersen (autor de La Sirenita o El Patito Feo) en Dinamarca puso su figura en los semáforos.
Para peatones (flaquitos)
En la calle más angosta de la República Checa este semáforo no es para autos sino para personas: como sólo puede pasar una a la vez, les avisa a los transeúntes si está ocupada.
El amor está en todas partes
En Viena se instalaron originalmente figuras de parejas del mismo sexo en las luces, como una iniciativa para visibilizar la apertura de la ciudad hacia la diversidad (acción luego imitada, por ejemplo, en Buenos Aires).
Reyes de los detalles
Estas luces especiales están puestas en Hyde Park y en Wimbledon (Londres) a diferentes alturas: una a la altura de los ojos – para quienes van caminando- y una a dos metros del piso, para los que van a caballo.
Todo tipo de arte
Y esta escultura (“el árbol de semáforos”, claro) también está en Londres, no como señal sino como obra de arte. Aunque, recién emplazada, causó confusión en algunos conductores que le hicieron caso sus luces.
¿Conocés algún otro?
Fuentes: Streets, The Daily Telegraph.
¿Qué te parece?