1 Vivís sacándole fotos
Siempre tienen una pose o actitud nueva que vale la pena compartir con el resto del mundo.
2 Ronquidos.
Al principio te va a costar dormir, pero después vas a necesitar ese recordatorio sonoro de que tu frenchie sigue “respirando”.
3 Vas a ir mucho al veterinario.
En dos años y medio, Luca tuvo: operación de hernia en el ombligo, diarrea con sangre, vómito con sangre, gripe y las bolitas paspadas. Y así y todo su veterinaria lo cataloga como sano.
4 Te vas a unir a un grupo de Facebook sobre esta raza.
Como mínimo… Es que los que no son amantes de la raza no te entienden (ni te aguantan más).
5 Vas a gastar más plata.
Ya sea en el mejor alimento balanceado, collares, remeritas, juegos, caramelos para perro, cuchas, o bien en cosas que tengan un frenchie dibujado, pintado, sublimado o lo qué sea.
6 La gente desubicada.
“¿Cuánto cuesta ese perro?”, “Ay, qué perro feo, parece un murciélago”, “Los perros de este barrio no son como ése” (¿?).
7 Miedo.
A que se te muera por cualquier cosa, te lo roben o te lo cuiden mal.
8 Vas a aprender a no meter a un bulldog francés a la pileta sin chaleco salvavidas.
Son como ladrillos con patas cortas. Nota: los ladrillos no nadan.
9 Saben lo lindos que son.
Y lo usan a su favor, además son medio vanidosos. El mío casi que se ofende cuando no lo miran por la calle.
10 Se vuelven un vicio.
¿Hay algo más lindo que un frenchie? Dos, uno grande y uno bebé. O un macho y una hembra. O uno negro y uno vaquita. O NUEVE DE DIFERENTES COLORES Y TAMAÑOS.
¿Qué te parece?